lunes, 24 de octubre de 2016

EL BARRIO DE LAVAPIÉS

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Lavapiés luce 88 nacionalidades en su carné de identidad. Los cinco continentes se dan cita en unas calles cargadas de intercambio y energía cosmopolita. El barrio madrileño concentra múltiples corrientes artísticas, gastronómicas y vitales. Los tatuajes en movimiento de su piel aúnan las raíces de culturas ancestrales con las tendencias rupturistas de una capital europea. La búsqueda de nuevas formas y lenguajes convive con el respeto a las tradiciones. Lavapiés es el otro y los muchos otros son Lavapiés. Hace 500 años sus estrechas callejuelas y pendientes ya albergaban a judíos, musulmanes y católicos.
Tras la expulsión de los primeros en 1492, la antigua judería no sólo cobijó a los conversos, sino también a los clandestinos que huían de los alguaciles de la Santa Inquisición, recién instalados en Ministriles y La Cabeza. Lavapiés se fue poblando de los primogénitos ‘manolos’, así como de ‘majos’, ‘chisperos’ y ‘chulapos’. Tipos populares plasmados en tapices goyescos, sin olvidar a los gitanos que enjalbegaban sus mulas para la romería de Mesón de Paredes y las meretrices de Olivar. Lavapiés también castizo y bohemio. La arena de su remoto sueño cae hasta la acera de nuestros días, donde los dulces de Marruecos se alternan con las cañas de sus tabernas retro, las tapas gourmet de gastro-bares internacionales, las especias de la India y Bangladesh; la ropa al por mayor de China se da la mano con los instrumentos de percusión africana; las vanguardias del pensamiento y la filosofía de sus librerías dialogan con las subterráneas propuestas escénicas de sus salas teatrales, y la huella de los artistas urbanos traspasa los límites de sus galerías y salas de exposiciones.
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