miércoles, 17 de octubre de 2018

Tamara de Lempicka



Tamara de Lempicka  se llamaba en realidad Tamara Rosalía Gurwik-Górska. Su padre fue un rico judío de origen ruso y su madre una polaca de la alta sociedad. La familia estaba compuesta, además, por otros dos hermanos que pasaron sus primeros años de vida en Moscú. Tamara de Lempicka nació entre 1895 y 1900, aunque posteriormente se las arreglaría para que en su partida de nacimiento constara que fue en Polonia donde nació el 16 de mayo de 1898.
Emigrada en París estudió pintura con los artistas franceses Maurice Denis y André Lhote, cuando surgen signos de debilidad económica se ve obligada a pintar. En pocos años, su personalísima técnica y elegante estilo, además de sus contactos, la convierten en la pintora de moda. Toda la burguesía y la nobleza quieren uno de sus retratos, y Tamara se convierte en una extraordinaria retratista. Pronto puede volver a permitirse su despreocupado tren de vida.
Se forja entonces la leyenda de Tamara de Lempicka, moderna, amante del hedonismo, las fiestas, las orgías, la cocaína y la bisexualidad. Una vida decadente que sirvió de inspiración para la mayoría de sus cuadros, que retrataban en gran parte, la fauna del París de la alta burguesía.
Al estallar la II Guerra, se marcha a los Estados Unidos, esta vez a Hollywood, donde ella era la favorita entre las celebridades. Más tarde se trasladó a Nueva York donde sigue teniendo éxito, quizás más como baronesa que como pintora, ya que la llama del art-decó se está apagando. Después de la muerte de su marido, se trasladó a Cuernavaca, México hasta su muerte en 1980.

Tan presumida como para mentir  no solo sobre su edad, sino también sobre su lugar de nacimiento y, más tarde, sobre su hija, a la que presentó como su hermana pequeña para quitarse años.
Excéntrica, vanidosa, bisexual reconocida y de una personalidad arrolladora, creó un personaje a la medida de los años locos de entreguerras que le permitió triunfar tanto en la pintura como en la vida social europea y norteamericana al representar como nadie la estética y la atmósfera que caracterizaron los años 20 y el principio de los años 30 del pasado siglo.

Los retratos, desnudos y otras escenas de Tamara de Lempicka son una ventana a la alta burguesía adinerada y la decadente aristocracia de entreguerras.

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