miércoles, 10 de febrero de 2021

El Misántropo

"Un amigo me dice que inventé la memoria histórica solo que no sabía que se llamaba así”, dice Carlos Giménez. Vestido de negro, el dibujante nos recibe a mediados de enero en su casa de la calle de Atocha de Madrid, en una de las escasísimas entrevistas que ha concedido desde que decidió hace años recluirse voluntariamente en este universo interior, rodeado de libros. Un refugio acogedor a la medida de su único habitante. Padre de cinco hijos de dos matrimonios, hoy solo tiene contacto con lo que llama “sus afectos”, las personas de su círculo más cercano que le visitan. Ha notado la pandemia solo porque ha tenido que suprimir las meriendas que organizaba de vez en cuando. Pero Giménez no está enfadado con el mundo, ni se ha convertido en una especie de J. D. Salinger del cómic español. Ha encontrado una forma de ser feliz y es ante su mesa de dibujo, en sus espacios cotidianos.
Su casa de la calle de Atocha, al lado del barrio de Embajadores donde nació y creció cuando salió del internado, está llena de recuerdos: fotos, carteles de sus años de militancia (siempre en la izquierda), figuras de sus niños de Paracuellos, una inmensa mesa de dibujo, libros para documentarse. En sus últimos tebeos aparecen los personajes del tío Pablo y su amigo Raúl, que tienen muchos rasgos autobiográficos. La trilogía Crisálida, Canción de Navidad y Es hoy —este último publicado el pasado mes de noviembre— representa una reflexión sobre la muerte de dos personajes cargados de recuerdos que, como el propio Giménez, beben cubatas en vaso de tubo. Son cómics muy crudos a veces, pero no necesariamente tristes. Reflejan también la historia de alguien que, según iba cumpliendo años, ha decidido reivindicar su libertad y hacer lo que le da la gana. Lo que incluye no salir nunca de casa. “Hubo un momento en que me sentí un poco agobiado por algunas amistades que tenía, que me pesaban mucho. Además, estuve malo. Y a raíz de todo eso, decidí cambiar mi vida. Me di cuenta de que no soy una persona muy afable, tengo fama de tener mala leche. Parte de lo mal que me llevo con el mundo, está en mí. Y es cierto que el mundo no me gusta. Con mis amigos, con mis afectos, no discuto nunca, no tengo ningún problema. En cambio, con la gente que está fuera de este círculo he tenido muchas dificultades. Desde que decidí no salir, la vida cada vez me ha ido mejor. Me dedico más a mi trabajo, a mis amigos. No perdí el contacto con la gente que quiero, pero sí con los que no quiero relacionarme para nada. Creo sinceramente que esta es una buena época de mi vida. Muchas cosas que antes quería ya no las quiero. Estoy recogiendo los frutos de una larga vida profesional. ¿He sido un buen padre, un buen marido? Seguramente, no. Lo único que puedo decir es que he sido, y sigo siendo, un señor que hace tebeos".
En Es hoy, el creador de Paracuellos cierra lo que podríamos llamar una trilogía dedicada a la muerte tras publicar Crisálida y Canción de Navidad, y en esta ocasión somete al tío Pablo a un soliloquio en el que bromea sobre sus historias de juventud y, marca de la casa, despotrica contra el mundo actual. Es decir, hace un repaso de su vida como el reo que espera su hora. "Yo no creo que esté nada escrito en ningún libro del destino. Pero pienso, y hablo solamente por mi, que no hay que tener demasiado miedo a hablar de la muerte. La muerte forma parte de la vida, es el último capítulo y no por querer ignorarla va a dejar de llegar".

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