viernes, 17 de mayo de 2019

Edgard Allan Poe ensayista


Había tardado mucho en llegar al español una versión de los Ensayos de Edgar Allan Poe con la que pudiéramos valorar diferente su personalidad literaria. De modo deficiente y parcial, hemos sabido que Poe era un escritor de raza a pesar de que, incluso en Estados Unidos, su importancia como precursor de la novela policiaca y su influencia como formador de escritores por todo el planeta hasta en las generaciones de hoy, es limitada por la extravagancia con la que se narra y se introduce socialmente la leyenda de su vida (astutamente explotada) y por la mojigatería de una época que antes como ahora exalta sus defectos como señas de identidad. Esa convención nos elude a Poe en su misterio, y pone de manifiesto la fascinación y la negación de esa fascinación que intenta reducir su genio a monerías de mascota.
Una comprensión del hombre basada en psicologismos o enfermedades imaginarias (que murió víctima de la rabia, o que tenía un tumor que le deformaba la imaginación y el juicio) como las que siguen abultando el corpus de su biografía, es una disposición de vulgarizarlo. Si partimos del hecho de que la literatura es un arte imperfecto, Poe es el más imperfecto de los escritores. No porque escribiera un detritus perecedero ni porque la excelencia formal de su arte fuera incompetente o banal. Practicaba la escritura secreta, la escritura invisible, la que se lee y no se ve, no parece verdadera. El valor antirreal, sus personajes poseídos por una especie grave de maldición virtuosa, se lo podemos achacar, en parte, al romanticismo byroniano al otro lado del océano que Poe imitó embelasado en una época de su vida, pero también al hecho de que la psique norteamericana de mediados del siglo 19 envejecía prematuramente en los hábitos de un gusto limitado a los placeres del dinero, que veía en Poe un sí es no es debido a sus diferencias de sensibilidad en cuanto al carácter, tantas veces remarcado, de juventud en su poética.
Envejecer hacia la juventud es el reproche más constante que se le hace a Edgar desde el siglo pasado. Lectura para adolescentes, iniciación, primeros pinitos, hermano menor. Dentro de esta lógica se suma una serie de comentarios hechos por escritores hispanoamericanos en la edición de sus cuentos publicada por Páginas de Espuma en 2009, donde la impresión general es la de estar leyendo a un rudo grupo de experimentados jinetes que hablan de Poe como puede uno referirse sobre un viejo amor adolescente que recuerda con cariño pero que ya ha superado. La opinión de Steiner de que hoy, en cuanto a ciencia, un estudiante de biología podría dar clase a Darwin y uno de física resolver ecuaciones antes inaccesibles a Newton o a Gauss, no aplica para establecer criterios temporales en literatura. No leemos los ensayos de Poe como los leían entonces los círculos literarios que desollaba vivos porque hemos perdido el contexto moral y porque, quizás sin desgracia, circulan menos que sus cuentos; más aun, el interés social en las reseñas y críticas de libros se suscribe en ámbitos minoritarios donde se discute la estructura de las formas abstractas que el público probablemente no podría analizar. El ya demasiado bien preparado estómago de la multitud todavía se indigesta con lecturas sobre mecanismos, y puede que eso no vaya a cambiar.
El gusto popular y el gusto crítico disocian en esas mínimas sutilezas de percepción y de juicio de las que depende la crítica que Poe practicaba. El lector es el mensajero. Un poco vidente y un poco ciego, ve el potencial oculto en la realidad que se le escapa. Como poeta, entre el espionaje angélico y la traición, Poe es pionero en mecánica literaria. Comunica los procesos mentales y los materiales de construcción con los que trabajan los escritores exponiendo la herida propia como ejemplo. Los delata, los injuria, les hace muecas, alaba sus versos. Casi todos sus textos críticos pueden leerse como la autobiografía feroz de “Tomahawk man”, el mote que le impusieron sus enemigos metafísicos.
Somete todo a un escrutinio escéptico y permanente al tiempo que el entendimiento nacido de estos exámenes le señala una forma que se ajusta a sus inclinaciones creativas. Los momentos sublimes que encuentra en Dickens son, en general, escenas de horror físico, de circunstancias muchas veces inexplicables que hacen sudar las manos. El sonido misterioso de las campanas a la medianoche, los objetos o personajes discordantes como el cuervo en Barnaby Rudge.
En este sentido los Ensayos ‒descontando la cosmogonía del Eureka‒ son un escalón incipiente en las literaturas futuras donde el punto central de la narración girará sobre la construcción de un poema, como en Juan José Saer, pero estamos yendo muy lejos. Antes que nada, Poe es una versión mejor de Colerige y un punto medio entre Colerige y Borges, mucho más desarrollado que los dos. Las invectivas de desesperada lucidez muchas veces pierden el pulso y lo ahogan. Por la prisa con la que fueron escritos gran parte de los textos (“las reseñas peor pagadas de la historia de la crítica literaria”, dice Fernando Iwasaky en el prólogo) su música, siempre tan importante en la concepción compositiva de Poe, se destempla cayendo a la lona y, en muchos casos, largos pasajes cambian de tono y de estado de ánimo casi sin transición, cuando el oído se pierde repentinamente por los bulevares del ritmo.
La necesidad misma de definir las líneas para el oído, como la entiende Poe, no necesariamente está en el final de un verso u oración, sino que es parte constitutiva de las armonías y melodías de la música en la construcción de las frases, es su ritmo interior y la estructuración espontánea en la correspondencia de sonidos. “La verdad sólo sirve para poner de manifiesto la armonía”, dice Poe. Con esta intuición trabajaba sus teorías y sus cuentos, y fracasaba en sus poemas. Sus brotes de domesticada maldad (en el sentido positivo que da la crítica filosófica a la idea de introducir negatividad para evidenciar contrastes) eran la sentencia de un tribunal y una estética injuriosa: “las herejías críticas ‒protesta contra el frenético espíritu de generalización‒ son sólo una expresión suavizada, o una reflexión, de la predominante “jerga del momento”. Por “jerga vigente del momento” queremos significar la repugnante práctica de asumir los aires de un búho e intentar parecer milagrosamente sabios penetrando en toda clase de misterios, […] una afectación particularmente de moda ahora, entre un grupo de miserables lunáticos en Boston, una camarilla de lastimosos zoquetes murmurando parábolas y jurando por Carlyle […]
El estándar crítico de Poe no es cordial. Lo que Eliot llama el sentido de la calidad es el olfato ahora poco desarrollado entre gentes que practican la literatura a un nivel meridiano, es decir, el buen gusto se relativiza (deja de existir) y la comprensión crítica pierde habilidad para discernir de manera directa, se vuelve dudosa y vulnerable y fácilmente se le acusa de falsedad. El Poe de los Ensayos no es tan accesible (no en todos los casos) como el Poe de los cuentos, aunque sus ideales creativos y su amplia libertad de opinión sean poco más que una confrontación entre un grupo de escritores (ya olvidados) y un poeta que insiste en recordarles su condición fallida. Como si Poe los hubiera invadido y asimilado hasta la desesperación, ahora ya no existen con independencia de su conjuro. 
Algo parecido ocurre con la traducción de los Ensayos de Poe al español. Varios e importantes pasajes de la versión de Margarita Acosta para Claridad en 2006, difíciles de leer por frases que fueron pensadas al derecho pero escritas al revés, convierten el sentido en un rompecabezas abstracto. La belleza basta y mal pulida de algunas de las reseñas críticas de Poe se afea más cuando la aproximación que el traductor lleva a cabo en el texto se hace pensándolo acabado, perfecto y redondo. Entonces, en lugar de interpolaciones y mejoras, de búsquedas expresivas, no se desenreda el nudo que Poe, un poco afanado, escribió a toda velocidad.
Puede haber aquí una razón que domina nuestra indiferencia en español sobre este lado de su obra. En parte porque los Ensayos se discuten en las universidades y no fuera de ellas, pero también, en un sentido profundo, por las cualidades de la traducción. Su implacable energía cómica y la escrupulosa calidad filosófica de su pensamiento se traducen con demasiada fidelidad a su modo de hablar consigo mismo, y se tiende a olvidar la labor de reescritura que hay en obligar al modelo a decir en otra lengua lo que tiene dentro sí.
El Poe de Cortázar, bastante ejemplar, nos dio una versión menos fantasiosa del hombre y de su obra que hasta ahora sigue siendo predominante en habla española, con una órbita de lectores cultos y lectores comunes en cada rincón. Esta nueva traducción de sus Ensayos por Antonio Rivera Tarabillo para Páginas de Espuma tiene un ritmo más regular y una mejor comprensión sintáctica de la música interior que la de Margarita Acosta, es irrespetuosa donde hace falta y, en consecuencia, de una creatividad refinada y más confiable, por momentos lírica.
La innovación de Taravillo está en la selección total de los Essays and Reviews que cuenta con textos que desconocíamos hasta ahora, y en resolver los problemas planteados por la prosa en muchos casos tumultuosa del trabajo periodístico de Poe, expandiendo su influjo. Sus atributos y maneras nos presentan a un Poe menos elaborado que se las arregla para moverse en distintos registros; registros que son, al menos desde este punto de vista, la verdadera marca de su vida y de su estilo.
Recomendamos el primer volumen de ensayos completos de Allan Poe publicado por Páginas de espuma
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