"El último barco" de Domingo Villar en Siruela tras su larguísimo proceso de reescritura que ha llevado diez años -con el naufragio sobrevenido de un extenso borrador que parecía listo ('Cruces de piedra', "a mí me habría encantado tener la novela antes y no fallar a los editores. Es complicado tirar a la basura un manuscrito de casi 400 páginas y volver a empezar.)-, y su tonelaje (700 páginas), cuenta ya con más de cinco ediciones desde su publicación. Las dos entregas anteriores de las historias del comisario de policía de Vigo Leo Caldas 'Ojos de agua' y, sobre todo, 'La playa de los ahogados'- cosecharon un extraordinario éxito lector y demandaron una tercera entrega que ha venido demorándose demasiado tiempo. Y así, un autor que se declara tremendamente inseguro y que vuelve locos a sus editores hasta que no logra el punto exacto de cocción que impone a su trabajo, ve cómo los lectores devoran en pocos días e incluso en pocas horas una empresa de una década.
Villar escribe en castellano y gallego indistintamente y va traduciendo a medida que avanza la escritura “Los diálogos me resultan más naturales en castellano pero emocionalmente prefiero el gallego, con su música interior, que el texto en castellano no tiene”.
"...me planteo cada capítulo como un pequeño cuento con una introducción, un nudo y un desenlace que deja una puerta abierta al fondo. Y así se va sucediendo la intriga. Pero no mido la dosificación de lo que voy contando respecto a la totalidad del libro sino con respecto a mis propias fuerzas. No soy capaz de ver demasiado lejos. En cambio, sí que entro sin miedo a contar una historia con principio y fin muy breve. Y después otra, y otra... Y todas acaban formando parte de una novela muy extensa. No es algo pretendido sino que forma parte de la dimensión que una historia amplia, con muchos personajes y distintas localizaciones, necesita".
La trama va desarrollándose a través de diálogos, conociendo a los personajes a través de ellos y no de las descripciones. El autor propone el juego intelectual que supone contar una trama policíaca al lector. Hacerle participar de lo que se sabe, no se sabe o se intuye. El último barco es un juego de luces y sombras en el que no se sabe donde acaba la realidad y empieza la ficción . Algunos de los protagonistas existen de verdad, los lugares citados como la Escuela de Oficios de Vigo está tal cual la pinta Villar, incluso las tabernas son reconocibles.
Villar escribe en castellano y gallego indistintamente y va traduciendo a medida que avanza la escritura “Los diálogos me resultan más naturales en castellano pero emocionalmente prefiero el gallego, con su música interior, que el texto en castellano no tiene”.
"...me planteo cada capítulo como un pequeño cuento con una introducción, un nudo y un desenlace que deja una puerta abierta al fondo. Y así se va sucediendo la intriga. Pero no mido la dosificación de lo que voy contando respecto a la totalidad del libro sino con respecto a mis propias fuerzas. No soy capaz de ver demasiado lejos. En cambio, sí que entro sin miedo a contar una historia con principio y fin muy breve. Y después otra, y otra... Y todas acaban formando parte de una novela muy extensa. No es algo pretendido sino que forma parte de la dimensión que una historia amplia, con muchos personajes y distintas localizaciones, necesita".
La trama va desarrollándose a través de diálogos, conociendo a los personajes a través de ellos y no de las descripciones. El autor propone el juego intelectual que supone contar una trama policíaca al lector. Hacerle participar de lo que se sabe, no se sabe o se intuye. El último barco es un juego de luces y sombras en el que no se sabe donde acaba la realidad y empieza la ficción . Algunos de los protagonistas existen de verdad, los lugares citados como la Escuela de Oficios de Vigo está tal cual la pinta Villar, incluso las tabernas son reconocibles.
Hallamos aquí a un Caldas reflexivo, trabajador, compasivo y concienzudo, “veo a Caldas como un amigo” confiesa el autor.
Uno de los méritos de esta obra en su facilidad de lectura pese a su tamaño. “Conseguir que los libros se lean bien y que eso no menoscabe la literatura es lo que intento, que los lectores entren en ellos con facilidad. Uso un lenguaje muy preciso y ajustado a lo que quiero contar. No quiero que al lector se le vaya enganchando la chaqueta por los salientes del tobogán, sino que todo vaya fluido”
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