Homeland: En esta nueva etapa, que engloba las temporadas seis y siete -la octava, la última de toda la serie, se emitirá el año que viene-, es necesario resaltar la capacidad de los guionistas para relacionar las tramas principales con la actualidad norteamericana, sobre todo con la política en torno a sus máximos dirigentes. Si vimos un intento de magnicidio, frustrado precisamente por una Carrie que veía con sorpresa la deriva fascista en la que caía la presidente de los Estados Unidos tras sobrevivir al atentado y que por supuesto la afectaba directamente: no solo perdía su empleo, sino que multitud de colaboradores, con Saul Berenson a la cabeza, eran encarcelados sin juicio previo.
Ante esta nueva situación, y un rebrote de su enfermedad que la hace todavía más inestable, sobre todo cuando tiene que ver con ser una madre responsable, Carrie se plantea qué puede hacer para ayudar a los encarcelados y al mismo tiempo para atacar directamente a la presidenta. Los primeros capítulos de la temporada van a ir desarrollándose al mismo tiempo que un par de subtramas curiosas, ambas de rabiosa actualidad: la primera, más intrascendente, tiene a un hacker que convierte a Carrie en su víctima, a la que pretende chantajear; mientras la segunda tiene en su centro a ese telepredicador que conocimos la temporada pasada y que perseguido por el FBI acaba refugiándose en una de esas milicias que pueden encontrarse en la América profunda que armadas hasta los dientes defienden su territorio de cualquier tipo de intrusismo. La manipulación de los medios de comunicación y de la opinión pública, uno de los temas centrales de esta temporada, acabará desembocando en una serie de acciones de catastróficas consecuencias.
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